¿Cómo rezar a Dios razonablemente?
Un día, casualmente vi una historia interesante en el Semanario del Alumno de mi hijo:
Una niña pequeña se equivocó en una pregunta de un examen. Respondió que la capital de Estados Unidos era Nueva York en lugar de Washington. Entonces rezó, y pidió a Dios que moviera la capital desde Washington DC a Nueva York.
Después de leer esta historia, no pude evitar pensar que el absurdo comportamiento de la niña era ridículo. Por haber fallado la pregunta del examen, rezó a Dios para que moviera la capital de Estados Unidos a Nueva York, según su intención. ¿Cómo podría escuchar Dios una oración tan absurda? Al mismo tiempo, me di cuenta de que hay buenas intenciones de Dios en las cosas que nos ocurren cada día. Hoy me encontré con esta historia, y ¿qué lección quiso el Señor que aprendiera? A través de mi contemplación y mi búsqueda, se me ocurrió que, en realidad, muchísimas veces había orando de esa manera y había hecho peticiones a Dios de manera irracional, como aquella niña.
Recordé una vez que estaba enferma. Al principio, pensaba que el Señor estaba probando mi fe y que debería obedecerle y no quejarme. Pero después de un rato, me dolía tanto la barriga que apenas podía soportarlo. Entonces comencé a orar a Dios: “¡Oh, Señor! Tú eres el Dios todopoderoso. Tú puedes hacer que los ciegos vean y que los cojos caminen. Te suplico que me cures mi enfermedad para que la barriga no me duela más”.
A veces, al encontrarme con estas adversidades, como las burlas y calumnias de la gente de este mundo, parientes y amigos, y la persecución del PCCh, yo oraba: “¡Señor! Tú conoces mi debilidad. Por favor, compadécete de mi debilidad y llévate este sufrimiento lo antes posible”.
Además, cuando difundía el evangelio del Señor y me ganaba a mucha gente, inconscientemente me volvía orgulloso. Entonces, oraba: “¡Señor, he creído en Ti durante tantos años y me he ganado a tanta gente, y he pagado un alto precio! Por favor, recuerda lo que he hecho y déjame entrar en el Reino de los Cielos en el futuro”.
Especialmente en estos días, mi hija mayor va a hacer su examen de entrada a la universidad, pero sus notas académicas no son demasiado buenas. Me preocupé mucho por su inminente examen, y dije a Dios: “Señor, mi hija va a hacer el examen de entrada a la universidad; por favor, ayúdala y dótala de sabiduría e inteligencia. Tú eres el Dios que atiende todas las súplicas. Espero que Tú la bendigas para que pueda entrar en la universidad”.
Sin embargo, cada vez que oraba así, no había alegría ni confirmación en mi corazón. Mi espíritu apenas se conmovía, en vez de eso estaba desanimado. Yo estaba enormemente asombrada: ¿Por qué no tenía ningún gozo espiritual tras haber orando? ¿Dios no escuchaba mi oración? Hasta que un día entré en la web del evangelio, como siempre, y vi unos cuantos pasajes: “Y algunos ni siquiera sabéis cómo hacerlo. En realidad, orar es principalmente decir lo que hay en tu corazón, como si estuvieras hablando de una manera habitual. Sin embargo, hay personas que olvidan cuál es su lugar en cuanto empiezan a orar; insisten en que Dios les conceda algo, sin importarles si está de acuerdo con Su voluntad y, por consiguiente, sus oraciones se marchitan al orar. Cuando oras, sin importar lo que pidas en tu corazón o lo que anheles, o quizás, si hay algún problema que deseas abordar pero sobre el que no tienes ningún entendimiento, y le pides a Dios que te dé sabiduría o fortaleza, o que te esclarezca, sea cual sea tu petición, debes formularla con sensatez. Si no lo haces y te arrodillas y dices: ‘Dios, dame fuerzas; muéstrame mi naturaleza; te ruego que obres; te ruego esto y lo otro; te ruego que me hagas ser esto y lo otro...’. Este ‘ruego’ tuyo tiene un carácter coactivo; pretende presionar a Dios, obligarlo a hacer lo que tú quieres con las condiciones que tú has establecido unilateralmente de antemano, nada menos. Desde el punto de vista del Espíritu Santo, ¿qué efecto podría tener una oración así cuando ya has establecido las condiciones y has decidido lo que quieres hacer? Se ha de orar con un corazón que busca y se somete. Cuando te ocurre algo, por ejemplo, y no estás seguro de cómo abordarlo, podrías decir: ‘¡Dios! No sé qué hacer en este caso. Quiero satisfacerte en este asunto y quiero buscar Tu voluntad. Hágase Tu voluntad. Quiero hacer Tu voluntad y no la mía. Sabes que toda la voluntad humana está en contra de la tuya, se opone a ti y no está de acuerdo con la verdad. Te pido que me esclarezcas, que me guíes en este asunto y no dejes que te ofenda…’. Este es el tono adecuado para orar”.
“Si lo único que haces es suplicar constantemente, por mucho que digas, no será más que palabras huecas; Dios no obrará para contestar a tu súplica porque habrás decidido lo que quieres con anterioridad. Cuando te arrodilles para orar, di lo siguiente: ‘¡Dios! Conoces las debilidades y los estados del hombre. Te pido que me esclarezcas en este asunto. Déjame entender Tu voluntad. Lo único que quiero es someterme a todo lo que Tú dispongas; mi corazón está dispuesto a obedecerte...’. Si oras así, el Espíritu Santo te conmoverá. Si no oras de la manera correcta, tu oración estará rancia y el Espíritu Santo no te conmoverá”.
“Cuando uno acude ante Dios para orar, debe considerar cómo puede hacerlo con sensatez, y cómo puede ajustar su estado interior para alcanzar la piedad y ser capaz de sumisión. Una vez hecho esto, está bien que te pongas a orar; sentirás la presencia de Dios”.
Después de leer estas palabras me sentí bastante avergonzada. Comparando mis oraciones de cada día con las palabras de Dios, me di cuenta de que, ciertamente, no se correspondían con las intenciones de Dios, y yo hacía demasiadas exigencias a Dios. Eso mostraba que yo, sin ningún elemento de búsqueda de la voluntad de Dios, pedía a Dios y obligaba a Dios a hacer cosas según mis intenciones. Dios no escucharía tales oraciones, ni tampoco actuaría a través de mí. Por tanto, mis oraciones eran opacas y áridas, y no había paz ni alegría en mi corazón. Mientras tanto, me di cuenta de que no me ponía en mi lugar frente a Dios, y que cuando oraba al Señor, no me situaba como un ser vivo. Aún menos trataba a Dios como Dios. Así pues, era muy arrogante e irracional cuando oraba. En aquel momento, no pude evitar pensar que estaba registrado en la Biblia: La madre de los hijos de Zebedeo pidió al Señor Jesús que permitiera a sus dos hijos sentarse, uno a Su derecha y otro a Su izquierda en Su reino. Del mismo modo, yo pedía a Dios que me recordara así, y que en el futuro me dejara entrar en el reino de los cielos; cuando caía enferma, pedía a Dios que curara mi enfermedad; también pedía que Dios dejara a mi hija entrar en la universidad. Mis oraciones no tenían ningún sentido.
También pensé en la oración del Señor Jesús en Getsemaní: “Y adelantándose algunos pasos, se postró en tierra, caído sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, no me hagas beber este cáliz; pero, no obstante, no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú” (Mateo 26:39). Pude ver que cuando el Señor Jesús iba a ser clavado en la cruz para cargar con los pecados de la humanidad, Él también se sintió dolorido y angustiado. Pero rezó muy razonablemente. Él estaba dispuesto a obedecer lo que Dios había acordado, y deseaba actuar de acuerdo con la voluntad de Dios Padre, no con la suya. Y pensé en la oración de Job recogida en la Biblia: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré a ella. El Señor me lo dio todo; el Señor me lo ha quitado; se ha hecho lo que es de su agrado; bendito sea el nombre del Señor” (Job 1:21). Vi que, enfrentado a tales dificultades, aunque se sentía algo triste, sin embargo Job no hizo peticiones a Dios y se sometió a la soberanía de Dios y a Sus planes. Es más, alabó y glorificó a Dios. En esto pude ver que Job conocía su insignificancia ante Dios, y que tenía una actitud obediente y piadosa, de modo que su oración ante Dios era muy razonable.
Habiendo entendido esto, comprendí también que sólo cuando nos situamos como un ser creado, y tenemos una actitud de búsqueda, obediente y piadosa, podemos orar de manera racional. Entonces rectifiqué mi actitud y recé sinceramente al Señor: “Oh Señor, en el pasado yo no sabía cómo orar. Te hice demasiadas peticiones y ciegamente te pedí que satisficieras mis intenciones. Y fui muy insensato. A partir de ahora, deseo confiarte todas las cosas, especialmente a mi hija. El que apruebe o no su examen de entrada a la universidad está en Tus manos. Sólo deseo ser un ser creado racional y someterme a Tus planes”. Después de orar me sentí muy seguro y en paz. No fue hasta entonces que advertí que sólo cuando oramos racionalmente podemos sentirnos alegres y en paz.
Dios es el Creador, y nosotros somos seres creados. Así que deberíamos tener un corazón reverente cuando vamos a orar en presencia de Dios, y orar razonablemente, situándonos en el lugar de un ser creado. Si nosotros, ante Dios, no tenemos corazones temerosos, sino que causamos problemas de la nada como la niña de la historia, no sólo Dios no escuchará nuestras oraciones, sino que se esconderá de nosotros y nos ignorará. Ahora, ¿sabe usted algo más sobre cómo orar razonablemente?