¿Cómo generar fe verdadera en Dios?
Lo que Dios nos exige a cada uno de nosotros como católicos es que tengamos auténtica fe. La Biblia relata muchos ejemplos de personas que vieron los maravillosos actos de Dios y fueron bendecidas por Él a consecuencia de su fe. Moisés tenía fe en Dios y, guiado por Él, pudo superar el sinfín de obstáculos y limitaciones de Faraón y comandar con éxito el éxodo de los israelitas desde Egipto. Abrahán tenía fe en Dios, estaba dispuesto a ofrecerle en sacrificio a su único hijo, Isaac, y finalmente Dios lo bendijo permitiendo que su descendencia se multiplicara y formara grandes naciones. Job tenía fe en Dios y supo mantenerse firme dando testimonio de Él en el transcurso de dos pruebas; Dios lo bendijo más aún, se le apareció y le habló desde una tempestad. En Mateo, la mujer cananita tenía fe en el Señor Jesús y creía que Él podía expulsar el espíritu maligno de su hija; se lo pidió y Él sanó la enfermedad de su hija. Como católicos, es imprescindible que entendamos la verdad de lo que significa la auténtica fe para que, sean cuales sean las penurias que experimentemos en la vida —fracasos en los negocios, reveses, desgracias familiares—, podamos ampararnos en la fe y seguir a Dios sin vacilar, dando así rotundo testimonio de Él y recibiendo finalmente Su aprobación.
¿Tenemos auténtica fe en Dios?
Tal vez algunos hermanos y hermanas, al oír hablar de la fe, declaren con confianza que ellos sí la tienen. “Tengo fe en Dios al 100 %. Reconozco a Dios en todo momento, lo que demuestra que soy una persona de fe”. “Creo que el Señor Jesús es nuestro Salvador y que fue crucificado para redimirnos de nuestros pecados. Siempre que oremos y nos confesemos ante el Señor, Él nos perdonará los pecados. ¿Eso no es tener fe en el Señor?”. “Hace años que creo; he dejado mi profesión, mi familia y mi empleo para entregarme al Señor y trabajar para Él. He fundado iglesias por todas partes y sufrido mucho sin quejarme jamás. Todas estas son manifestaciones de que tengo fe en Dios”. Es innegable que creemos en la existencia de Dios, que asistimos activamente en la Misa con entusiasmo, rezamos el Rosario cada día para orar, a menudo hacemos buenas obras y predicamos el evangelio. No obstante, ¿significan estas cosas que tenemos auténtica fe en Dios? Merece la pena que todos nosotros, hermanos y hermanas que sinceramente creemos en Dios y tenemos sed de la verdad, analicemos y hablemos de este asunto.
Veamos mi ejemplo. Desde que me hice cristiana, siempre he participado activamente en la Misa, rezo el Rosario con frecuencia para meditar en la salvación de Dios, he compartido el evangelio con otras personas y he ofrecido apoyo a hermanos y hermanas que estaban pasando por debilidades. Jamás una dificultad me ha impedido hacer estas cosas. Estoy más que dispuesta a dejar de lado todo para orar y hacer buenas obras con entusiasmo, por lo que me considero una persona amante y devota del Señor y que tiene fe en Él. Sin embargo, cuando mis familia y yo enfermamos y nuestro estado no mejoraba ni siquiera tras haber orado durante un tiempo, me desanimé, me sentí decepcionada por Dios y llegué a quejarme de que no nos protegía ni a mí familia ni a mí. La cruda realidad me reveló que yo carecía por completo de auténtica fe y que únicamente la basaba en la armonía familiar y en que estuviéramos libres de enfermedades físicas o catástrofes. No obstante, mi verdadera estatura se reveló en el momento en que sucedió algo indeseado. Fue entonces cuando comprendí que mi fe en Dios era tan pobre que daba pena, que no era nada de lo que realmente pudiera alardear. Al observar a los hermanos y hermanas de mi entorno, la mayoría estaban igual. Algunos, por lo general, dejan de asistir a los servicios religiosos cuando sus horarios les coinciden con asuntos domésticos o profesionales, con el fin de que no se vean afectados sus propios intereses. Puede que otros oren al Señor para pedirle una salida la primera vez que se bloquean buscando empleo o en otros aspectos, pero si el problema sigue sin resolverse, le guardan rencor al Señor y hasta se desaniman y desmotivan. Pasan a confiar en los amigos de su entorno que parecen tener poder y autoridad o es posible que actúen en función de sus propios esquemas. También hay hermanos y hermanas que participan con entusiasmo en todos los aspectos del trabajo de la iglesia cuando reciben bendiciones del Señor, pero cuando sucede algo terrible en casa o afrontan un fracaso en los negocios, viven en la incomprensión y las quejas hacia el Señor o incluso se alejan de Él.
Por lo que expresamos y vivimos diariamente, vemos que nuestra fe, sencillamente, no resiste las pruebas de la realidad. Simplemente reconocemos que el Señor Jesús es el Dios verdadero y creemos que es nuestro Salvador, lo que no implica que tengamos auténtica fe en Él. Sobre todo, no implica que nunca vayamos a negar ni a abandonar a Dios sea cual sea el entorno en que nos hallemos. Eso se debe a que nuestra fe no se fundamenta en una verdadera comprensión de Dios, sino en si podemos o no recibir Sus bendiciones y promesas y sacar algún provecho. Por eso nuestra fe en Dios no tiene nada de auténtica. Entonces, ¿qué es la auténtica fe y cómo se expresa?
Qué es realmente la auténtica fe
Dicen las palabras de Dios: “No importa cómo obre Dios y tampoco importa tu entorno, eres capaz de buscar la vida y la verdad, y buscas el conocimiento de la obra de Dios, y posees un entendimiento de Sus acciones y eres capaz de actuar según la verdad. Hacer esto es tener fe verdadera, y hacer esto muestra que no has perdido la fe en Dios. Solo puedes tener auténtica fe en Dios si eres capaz de insistir en buscar la verdad a través del refinamiento, si eres capaz de amar verdaderamente a Dios y no desarrollas dudas sobre Él; si independientemente de lo que Él haga, sigues practicando la verdad para satisfacerlo y si eres capaz de buscar en las profundidades de Su voluntad y ser considerado con esta” (“Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento”). Con las palabras de Dios entendemos que la auténtica fe es la capacidad de conservar un corazón que venere a Dios y se someta a Él en cualquier entorno al que hagamos frente, aunque nos topemos con dificultades y refinaciones, reveses y fracasos, y con independencia de cuánto sea nuestro sufrimiento carnal o espiritual. Debemos ser capaces de buscar la verdad, comprender la voluntad de Dios y seguir dedicándonos a Él en el entorno que Él haya dispuesto. Sólo una persona así puede considerarse una persona de auténtica fe. Veamos ahora las experiencias de Abrahán y Job para entender mejor qué es la auténtica fe.
1. La fe de Abrahán
Cuando Abrahán tenía cien años, Dios le prometió que le concedería un hijo, Isaac. Sin embargo, cuando Isaac creció, Dios le dijo a Abrahán que tenía que ofrecerlo en sacrificio. Es probable que a muchas personas les parezca que esta forma de obrar de Dios se aleja demasiado de las nociones humanas o incluso que, si nos sobreviniera esa clase de prueba, sin duda trataríamos de rebatir a Dios. Sin embargo, ante esto, la reacción de Abrahán fue justo la contraria a la que esperaríamos. No sólo no rebatió a Dios, sino que fue capaz de someterse verdaderamente a Él y de devolverle a Isaac sincera y fielmente. Tal como relata la Biblia: “Levantándose, pues, Abrahán antes del alba, aparejó su asno, llevando consigo dos mozos, y a Isaac su hijo. Y cortada la leña para el holocausto, se encaminó al lugar que Dios le había mandado. […] Y finalmente llegaron al lugar que Dios le había mostrado, en donde erigió un altar, y acomodó encima la leña; y habiendo atado a Isaac su hijo, le puso en el altar sobre el montón de la leña. Y extendió la mano, y tomó el cuchillo para sacrificar a su hijo” (Génesis 22:3, 9-10). Todos los seres humanos son de la carne: somos sensibles y, ante algo así, seguro que sufrimos y nos duele. En cambio, Abrahán se abstuvo de intentar negociar con Dios y fue capaz de obedecer Su mandato porque sabía que Dios primero le había concedido a Isaac y que después se lo iba a quitar. Obedeció correctamente: así era la fe de Abrahán en Dios. Creía verdaderamente en Dios y se sometió totalmente a Él; incluso si aquello le suponía separarse de su mayor tesoro, se ofreció a devolverle a Isaac a Dios. Al final, la fe y obediencia auténticas de Abraham a Dios le granjearon Su aprobación y Sus bendiciones. Dios permitió que fuera precursor de muchas naciones; su descendencia ha prosperado, se ha multiplicado y ha formado grandes naciones.
2. La fe de Job
La Biblia nos cuenta que Job tenía una familia muy próspera, así como diez hijos y muchos sirvientes; sus semejantes le tenían gran respeto y consideración. Sin embargo, tentado y atacado por Satanás, Job perdió todas sus posesiones y a sus hijos en un solo día, tras lo cual todo su cuerpo quedó llagado. Con aquella prueba, Job pasó de ser el más grande hombre a la persona más desvalida de Oriente, y además fue juzgado y atacado por su familia y sus amigos. Ni siquiera ante semejante prueba profirió Job una sola palabra de queja a Dios y hasta se postró a adorarlo, diciendo: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré a ella. El Señor me lo dio todo; el Señor me lo ha quitado; se ha hecho lo que es de su agrado; bendito sea el nombre del Señor” (Job 1:21); y “Si recibimos los bienes de la mano de Dios, ¿por qué no recibiremos también los males?” (Job 2:10). Gracias a esta prueba, Job pudo abstenerse de pecar de palabra y presentarse ante Dios en oración. Esto demostró que llevaba a Dios en su corazón, que tenía auténtica fe en Él, que creía que todas las circunstancias y cosas estaban en las manos de Dios y que todas aquellas situaciones que afrontaba tenían la aprobación de Dios y no eran obra del hombre. Asimismo, a lo largo de sus décadas de vida, Job había experimentado profundamente que todo cuanto tenía provenía de la soberanía y las disposiciones de Dios; Él le había otorgado todas sus riquezas, que no eran fruto de su labor. Así pues, si Dios quería quitarle lo que previamente le había dado, era natural y correcto y él, como ser creado, debía someterse a que Dios le quitara esas cosas. No debía rebatir a Dios y, sobre todo, no debía quejarse de Él; aunque le arrebatara la propia vida, sabía que no debía proferir ni una sola queja. El testimonio de Job humilló del todo a Satanás y después Dios se apareció a Job en medio de una tempestad para otorgarle más bendiciones todavía.
Con las experiencias de Abrahán y Job vemos que, para lograr una auténtica fe en Dios, primero hemos de comprender de verdad la soberanía de Dios y creer que todas las cosas y circunstancias se encuentran plenamente a Su alcance. También debemos conocer realmente nuestro lugar como seres creados y estar en posesión del razonamiento propio de las criaturas humanas. Por grandes que sean nuestras pruebas y dificultades, no podemos culpar ni abandonar a Dios, sino que debemos seguir siendo capaces de buscar Su voluntad, permanecer de Su lado y seguirlo sin vacilar. Por grande que sea el sufrimiento que soportemos, tenemos que ser capaces de mantenernos firmes en el testimonio de Dios. Sólo aquellos que pueden hacerlo están en posesión de una auténtica fe en Dios. Simplemente piensa en esos hermanos y hermanas detenidos y perseguidos por el Partido Comunista de China, ateo, que incluso han sufrido brutales torturas y han sido condenados a varios años de cárcel, pero que jamás han negado ni abandonado a Dios: esa es una auténtica fe en Dios. Hay hermanos y hermanas rechazados por sus familias y amigos tras hacerse creyentes o a cuyas familias se les presenta una desgracia, pero que nunca se quejan a Dios y son capaces de continuar siguiéndolo y entregándose a Él: también esta es una manifestación de auténtica fe en Dios. Comparándonos con estos testimonios, ¿podemos afirmar realmente que en verdad tenemos auténtica fe en Dios? La mayoría de nosotros basa su fe en reconocer inequívocamente que hay un Dios y en la posibilidad de sufrir un poco y apenas pagar las consecuencias de trabajar para el Señor difundiendo el evangelio. Ahora bien, eso no se considera auténtica fe.
Cómo forjar una auténtica fe en Dios
Si deseamos tener auténtica fe, debemos aspirar a reconocer la soberanía de Dios en todas las personas, circunstancias y cosas que nos encontremos a diario y, tanto si los entornos dispuestos por Dios están en consonancia con nuestras nociones como si no, sean o no superficialmente beneficiosos para nosotros, tenemos que conocer nuestro lugar como seres creados y buscar la voluntad de Dios venerándolo de corazón. Hemos de entender las meticulosas y sinceras intenciones de Dios en los ambientes que dispone para nosotros, de modo que aprendamos algo de todo cuanto vivimos y veamos los actos de Dios en todo cuanto Él orquesta. Entonces, poco a poco, nuestra fe en Dios será cada vez más auténtica, como la de Job: no era innata a él, sino que fue creciendo mientras experimentaba la soberanía de Dios en todo lo que le sucedía en la vida y a medida que buscaba el conocimiento de Dios. Solamente si somos capaces de seguir el ejemplo de Job, centrándonos en experimentar y entender realmente la soberanía de Dios en nuestra vida para así alcanzar un verdadero conocimiento de Dios, podemos cultivar una auténtica fe en Él. Posteriormente, sean cuales sean las penurias o pruebas que nos sobrevengan y por grande que sea nuestro sufrimiento carnal o espiritual, podremos afrontarlos equilibradamente con nuestra fe, buscar activamente la voluntad y las exigencias de Dios para con nosotros, someternos a Su soberanía y Sus disposiciones y mantenernos firmes dando testimonio de Él.
Gracias a Dios por Su esclarecimiento y guía. ¡Amén!